Difícilmente puede visitarse un lugar así en fechas más señaladas. Este viaje cobra un sentido especial por ser una tierra extraña y familiar a la vez, santificada por el tiempo y La Palabra, en la que todo empezó y algunas cosas no acaban nunca.

miércoles, 4 de abril de 2012

Memoria en verso

Hubo un día en que el viaje en autobús Pamplona-Madrid no me rallaba en exceso. Pero desde hace un par de años, cada vez que cruzo Castilla con Alsa me desespero, me salen dolores, me mareo y consumo toda la batería de mi teléfono móvil con anodinos jueguecillos y llamadas intrascendentes. Hoy no ha sido una excepción. Es más, un problema de billetes mal expendidos en Cintruénigo ha retrasado mi llegada a Barajas añadiendo emoción y tedio a la odisea que hoy comenzamos.
En la T1 esperaba mi amigo Alfredo. Curiosamente no viajo con él desde Berlín, en diciembre de 2010. Nuestros sacos son idénticos, Quechua verde diminutos, nuestras mochilas han pesado exactamente 11 kilos cada una, y a ambos se nos han olvidado los auriculares. Auguro una vuelta a la compenetración viajeril que se verá completada por el hermano Vitoriano el domingo de Resurrección.
Esperando frente a la puerta de embarque, leemos que Günter Grass, el poeta teutón que ocultó su pasado de púber nazi de las SS, ha puesto a parir a Israel haciendo versos en El País. Nuestro destino levanta pasiones encontradas, está claro, a tenor de las airadas reacciones al incendiario poema del antiguo uniformado, que acusa a Israel de preparar el exterminio del pueblo iraní. Y me quedo con un fragmento:

"Y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales (...)".

Vaya con la memoria histórica. Ya les contaremos.

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