Difícilmente puede visitarse un lugar así en fechas más señaladas. Este viaje cobra un sentido especial por ser una tierra extraña y familiar a la vez, santificada por el tiempo y La Palabra, en la que todo empezó y algunas cosas no acaban nunca.

jueves, 12 de abril de 2012

Imanes en la noche


Aún no sé si ocurrió de veras. En mitad de la noche, un siniestro cántico musulmán se introdujo en nuestros sueños alterando las almas de todos los que dormíamos en la oscura habitación de aquel albergue.
Haiihahahahaaaaaaahaiiiiihaaaa. La tétrica voz del imán resonaba en los edificios de Wadi Musa y llegó nítida y poderosa hasta nuestro cuarto, gracias a la cercanía del miranete.
En la habitación, todos aguantábamos la respiración somnolientos, intentando orientarnos, intentando discernir si la extraña atmósfera en la que nos encontrábamos era real u onírica.
La llamada del imán seguía, con sus ecos de caverna afgana, de Osama bin Laden, de guerra santa, de amenaza invisible. Sus voces lúgubres y penetrantes nos hicieron caer en la cuenta de dónde estábamos realmente, de los peligros del mundo islámico, de los tiempos violentos que nos ha tocado vivir, y un escalofrío recorrió nuestra espina dorsal.
Eran las cuatro y media de la mañana y, de repente, cesó. Ninguno de nosotros dijo nada, ni el más leve comentario sobre aquella escena irreal.
Cuando el imán calló, y sus letanías dejaron de flotar en el aire como fantasmas antiguos, nuestros corazones volvieron a latir a su ritmo habitual. Y nos dormimos.

Al alba se disolvió la comunidad. Tras fundirnos en un abrazo con nuestros camaradas Íñigo y Dominic, éstos regresaron a ver las ruinas de Petra que ayer no cupieron en el día y nosotros tomamos un minibús destartalado rumbo de nuevo a Israel.
El viaje hasta Aqaba y la frontera transcurrió sin sobresaltos. Un par de paradas para fumar, un trozo de pan de aceite cortesía del conductor, cabezadas y calor, y una meadica en el desierto fueron todo. Al atravesar en sentido inverso la frontera, nuestras mochilas fueron minuciosamente diseccionadas a causa de aquellos regalos que compramos en Jerusalén y cuyo precio tanto nos costó regatear.

Desde Eilat, ya en Tierra Prometida, donde dormimos hace dos noches, hemos tomado de nuevo un autobús repleto de soldados de permiso y chicas guapas hasta Tel Aviv, a donde acabamos de llegar en total un sherut, dos taxis, un autobús, otro taxi y trece horas después de haber partido de Petra.

Ahora nos daremos una ducha y saldremos a cenar, si encontramos algún restaurante abierto, pues es la Pascua judía y está casi todo cerrado.

Mañana toca playita y paseos para despedir el viaje, pero sin madrugar en exceso, que hoy, en la capital judía de la fiesta y el desenfreno, la noche puede durar lo suyo.
Los imanes que irrumpen en los sueños quedarán lejos, en otro remoto lugar, el de las aventuras y lo desconocido. Es lo que tiene de bueno pegarse alguna matada de carretera, que puedes pasar en un día del Medievo a la capital mundial del movimiento gay.

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