Difícilmente puede visitarse un lugar así en fechas más señaladas. Este viaje cobra un sentido especial por ser una tierra extraña y familiar a la vez, santificada por el tiempo y La Palabra, en la que todo empezó y algunas cosas no acaban nunca.

sábado, 14 de abril de 2012

Código Cinco

Los controles de seguridad más severos y exhaustivos del mundo están en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv. No nos ha sorprendido, pero merece ser contado.

La cosa comienza con un leve interrogatorio a la entrada del aeropuerto que practica a pie de taxi un barbilampiño agente de seguridad. ¿Dónde han estado? ¿A dónde van? ¿Por qué han venido? ¿Qué relación tienen entre ustedes? ¿Por qué han ido a Jordania?

Y mientras respondes de la manera más concisa posible, el funcionario va desmenuzando tus  enseres del bolso de mano, escrutando tu rostro y compárandolo con la foto del pasaporte, cuyas páginas revisa una y otra vez. Eso sí, al final te desea un buen viaje.

Después de la primera parada, haces cola frente a un arco de rayos X en el que de nuevo te interrogan de modo similar. En esta ocasión, la agente ha añadido, al ver uno de los viejos sellos de nuestros pasaportes, otra pregunta. ¿Por qué habéis ido a Marruecos? ¿Conocéis a familiares o amigos allí? Y de ahí otra vez, ¿Dónde habéis estado en Israel? ¿Os ha gustado?

Nosotros respondíamos solícitos pero omitiendo deliberadamente nuestro paso por los Territorios Palestinos, consejo de nuestra amiga Sagrario. Mentir al Gobierno de Israel, negando haber visitado Ramala y Hebrón, ahorra al viajero interrogatorios extra y no conlleva riesgos, ya que no hay sello o marca alguna que atestigüe su visita a esas zonas.

Bueno, eso pensábamos. Un sudor frío ha empapado la frente de Alfredo al observar cómo su registradora pasaba la mano sobre un cartoncito del que no nos acordábamos y que habría descubierto el engaño. Por suerte, la funcionaria no ha reparado en él. Era la tarjeta de visita del viceministro de Cultura de la ANP, con escudito, bandera y todo el coplero.

Después del susto, y de escanear nuestros macutos, nos han pegado un código numérico en la mochila, el bolso de mano y el pasaporte. Según nos han contado, dicho código cifra el nivel de amenaza que representamos para Israel, siendo el 1 el que representaría por ejemplo un rabino de 80 años y el 6, el presidente de Irán.

No me pregunten porqué, pero nosotros teníamos un 5, lo cual nos ha dispensado un registro minucioso de nuestros enseres, que ha incluido la apertura de botes de gomina, la pregunta de porqué llevábamos una kufiya a España, o el análisis de residuos de nuestra ropa y bolsillos mediante un algodoncito y unas pinzas. Muy CSI todo.

Finalizado el registro, -y antes de un último control de rayos X al que hemos pasado solo nosotros- una agente tan guapa como adusta, nos ha escoltado hasta el mostrador de facturación, para asegurarse de que las mochilas partían de Tel Aviv tal y como ella las había dejado.
En ese trasiego, Janfri ha perdido el saco de dormir -que tan necesario va a resultar ahora que dormimos en el aeropuerto de Moscú-. Aunque desde la puerta de embarque han localizado el saco, "por motivos de seguridad", éste se quedará para siempre en el limbo del Ben Gurion.

Ahora vagueamos en los sofás de una cervecería del aeropuerto de Moscú. Son las nueve de la noche y nuestro avión a Madrid sale a las siete y veinte de la mañana. Con ayuda de unas mantas que hemos tomado prestadas a nuestra compañía aérea rusa Aeroflot, levantaremos un "asentamiento" en alguna esquina de la terminal para pasar la noche.
Por lo de pillar unas mantas -que mañana devolveremos- no creo que se enfaden los de Aeroflot, ya que su logotipo es todavía una hoz y un martillo alados. Y ya se sabe, la propiedad es un robo.

Pd. No es porque sea 14 de abril, pero hoy la corona se ha descoronado. La foto del rey escopeta en mano, con un elefante despachurrado de malas maneras detrás, nos ha sonrojado en la distancia. Y más leyendo que el tiro le ha salido -no por la culata- sino por 40.000 euros. Con la que está cayendo. Mañana volvemos pues.

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